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Nuestro idioma de cada día
EN EL DÍA DEL IDIOMA: RESPETÉMOSLO

Escribe: Emilio Bernal Labrada

de la Academia Norteamericana de la
Lengua Española


¿Por qué no celebrar el Día del Idioma --el 23 de abril-- con una novedad? Por ejemplo, respetándolo.

Lo digo muy en serio. Usted y yo, amigo lector, sabemos que últimamente nuestro idioma está maltratado y pisoteado, desnaturalizado y humillado por la falta de respeto que le demuestran diariamente los que más debieran cuidarlo y resguardarlo de tantas y tan innecesarias injurias.

Me refiero no tanto al común de los hombres que andan agitados y apresurados y a veces echan mano del anglicismo, de voces indebidas para salir del paso y dar a entender algo de difícil traducción, o cuyo equivalente castellano es poco conocido. Eso es natural e inevitable.

Pienso, sobre todo, en los presentadores y locutores de radio y televisión, que son los que debieran dar el ejemplo de corrección y pulcritud en el empleo del idioma, pues la mayoría de los que somos usuarios de este tendemos, queramos o no, a imitarlos. Estima el oyente que si lo dice el presentador Pérez o García, debe estar bien, así que ¿por qué razón no lo va a repetir?

Cada vez que una emisión noticiera nos hace blanco de un disparate en vez de una joya del buen decir, cala ello en el pensamiento público, donde cabe concebir que puede germinar y arraigar. Equivale ello nada menos que a sembrar una nociva cosecha para la colectividad idiomática de la que todos formamos parte. Una cosecha que, en cambio, podría nutrir y fortalecer la maltrecha lengua que cotidianamente nos presta invalorables servicios, tanto materiales como anímicos.

Pienso también en la publicidad, a la que llamé una vez "persistente pecadora". Y así lo reitero, sin retracción alguna, puesto que los publicitarios --y las empresas que los contratan-- tienen la posibilidad de hacerle grandes favores a la lengua. Y también, por el contrario, grandes daños. Porque lo que se oye o se lee en el ámbito publicitario no es cosa de una sola vez, sino de constante repetición, de remachar hasta la saciedad, si se quiere.

Los anuncios no se conciben para usarlos una sola vez como un tisú y luego descartarlos; su destino y propósito es la multiplicidad, el machacar y recalcar ilimitadas veces, para grabar la idea en la cabeza del consumidor.

¿Qué sucede?, entonces. Pues que no solo se le graba el mensaje, sino que también el lenguaje utilizado. De ahí que muchas veces los lemas publicitarios pasan a formar parte del idioma como dichos y dicharachos populares que arraigan en anchos grupos y pueblos y, gracias al avance actual de las comunicaciones, hasta en el ámbito internacional.

Así, si el lenguaje publicitario --tanto como el noticiero-- es valedero, ingenioso, útil, pues santo y bueno. Es un aporte positivo a nuestra lengua, nuestro vocabulario, nuestro repertorio idiomático. En cambio, si es lenguaje chabacano, anglicado, tosco o incorrecto, va a tener un impacto negativo entre todos los receptores --y muchas veces sin que ellos mismos se den cuenta--.

Hago hincapié, por consiguiente, en la importancia de RESPETAR LA LENGUA. La lengua es como nuestra madre, pues nos ha dado la comunicación de que disfrutamos, la cultura, la idiosincrasia, la misma esencia de la lo que somos como pueblo y como raza, en el sentido más amplio de la palabra. Y esa esencia merece nuestro respeto, como se lo da a su progenitora todo ser humano sensible y agradecido.

Significa ese respeto evitarle todo desdoro, agravio y afrenta, poner el mayor cuidado y esmero en su uso, no sea que nuestra despreocupación lo lastime o, peor aun, dé malos ejemplos capaz de ser imitados por los demás. Nada menos se merece nuestro idioma, el idioma español, el ya milenario idioma de Cervantes.

Respetémoslo.

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